domingo, 22 de marzo de 2009

Permítanme que discrepe


En 1978, un señor (donde digo señor quiero decir mal nacido) llamado Josef Fritzl, electricista retirado de 74 años, decidió que sería buena idea construir un calabozo subterráneo debajo de su casa, en el que pasar el rato agrediendo y violando sistemáticamente a su hija, que en el momento de ser encerrada, tenía 18 años de edad.

Cinco años tardó en terminar el zulo que, en principio tenía unas dimensiones de 35 metros cuadrados, y que, tras nueve años, lo ampliaría a 55. Cinco años mirando a la cara a su hija, a su próxima inquilina, a la madre de sus futuros hijos-nietos. Cinco años de pausada y consciente premeditación.

En 1984, una vez terminada su obra, drogó, ató y encerró a su hija, tejiendo así el comienzo de una de las más trágicas y deplorables historias de todos los tiempos.

En esos cinco años tuvo también tiempo para pensar qué iba a decirles a su esposa, amigos y demás conocidos. Y así lo hizo. Lo pensó y lo pensó y se le ocurrió la genial idea de afirmar que su hija desaparecida pertenecía a una secta. Dicho y hecho. Ya tenía vía libre para hacer con ella lo que se le antojara.

Fruto de las continuas violaciones, nacieron siete hijos, dicen unos, nietos prefieren decir otros, uno de los cuales murió a los tres días al no haber recibido los cuidados médicos adecuados y cuyo cadáver, Fritzl, quemó en la caldera de su casa para deshacerse de los restos.
De los seis niños que sobrevivieron, tres de ellos, quizá deseando haber corrido la suerte de su hermano muerto, fueron testigos de las violaciones a su madre y de los partos de sus hermanos. Otros tres, los más llorones, decidió Fritzl, fueron depositados en la puerta de su casa por su padre, en nombre de Elisabeth, la sectaria que no conoció secta peor que su propia vida.

Así, mientras que los tres niños a los que su continuo llanto cambió la vida, recibían una educación ejemplar, los otros tres, que de saber lo que les esperaba, habrían llorado hasta romper sus cuerdas vocales, malvivían en el calabozo de apenas 60 metros cuadrados y 1,70 metros de altura.

Por suerte para todos ellos, y por desgracia para el desgraciado de Fritzl, una de las niñas, Kerstin, enfermó gravemente a causa de una enfermedad congénita relacionada con el incesto y tuvo que ser ingresada en el hospital. El monstruo de Amstetten erró y la justicia entró e juego.

Josef Fritzl ha sido condenado a cadena perpetua. La legislación austríaca no estipula la acumulación de penas, por lo que pagará por el delito más grave, el del asesinato del bebé.
El condenado será ahora internado en un centro psiquiátrico de alta seguridad. El Ministerio de Justicia austríaco tiene a partir del 19 de Marzo, tres semanas para decidir dónde ingresa a Fritzl. Los médicos decidirán si hay alguna terapia que aplicarle.

¿Hay algún tipo de pena, que de la justicia dependa, que pueda hacer pagar a este hombre lo que ha hecho?
¿Porqué para tal crimen cometido por una persona humana no hay un castigo equiparable por un legislatura pensada y ejecutada por personas humanas?

Que Josef Fritzl tuviera que pasar el resto de su vida en una cárcel, me parece un precio muy bajo a pagar por lo que ha hecho. Pues no sólo no va a pasar el resto de su vida en un cárcel, no. Lo va a hacer en un centro psiquiátrico, con posibilidad de revisar la pena en 15 años, sometido a tratamiento y en manos de una valoración médica que determine si Fritzl es o no un peligro público y que puede vivir en sociedad.

Construyó, el solo, un calabozo con todo tipo de mecanismos de control, engañó, el solo, a las autoridades para obtener la licencia de construcción del mismo, el solo ocultó durante años la existencia de Elisabeth y sus tres hijos, a familiares y amigos, a la justicia. Él y solo él, dejó morir y quemó a un recién nacido y, violó y maltrató a su hija durante 24 años.

¿Un centro psiquiátrico, posibilidades, revisar la pena, vivir en sociedad?

Ni la Ley del Talión es condena suficiente…

Cinco años antes. Cinco años de qué y de cómo…

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